Como si fuera una sevillana antagónica a la que
oíamos cantar hace nueve meses: "Pastora que vas a Almonte, yo quiero
verte la cara..."; como en el negativo de una emoción vivida una noche de agosto que
sentimos ya tan lejana, aunque a Almonte, en realidad, le parezca que fuera
ayer; como si la villa despertara de un sueño que no se le volverá a presentar
hasta dentro de siete años, a los almonteños, con la Virgen, también se les va
el corazón.
Y cuando el ocaso se fundía con la noche y las luces
de la plaza que lleva su nombre tomaban vida blanqueando el espacio, azuleando
las cales de las fachadas, la vi salir de la iglesia en un temblor de amapolas,
tirabuzones y flecos de oro de una esclavina bordada. Anunciaban que venía las
salvas de escopetas que agitaba con sus golpes de pólvora, como golpes de
incienso es una postrera salve de despedida, un cielo blanco de flores de papel
que cubría su camino.
Salió con
prisas para no tener prisas. Apareció diligente y dispuesta, pero como para no
querer marcharse. Surgió por la puerta de la parroquia atravesando el velo
violeta de un celaje de gasa rosa donde los últimos rayos de sol ante su
presencia solo pudo declinar. Vino hacia nosotros alta, señorial, con porte de
reina de leyenda, hermosa, solemne, altiva y cercana a la misma vez, con una
belleza amplia, sin limitaciones de un rostrillo (poco marco para belleza tan
grande), con un aire de imponente majestad de la que solo la Virgen del Rocío
puede hacer gala, de Princesa Celestial, de Sagrada Reina Universal.
Traía en su divino rostro brillos y reflejos de
luna, en una noche sin luna. Y su mirada transparente y escrutadora, como queriendo retener en sus
pupilas cada uno de los rincones y de la gente de su pueblo para meditarlos,
como en los Evangelios, en su corazón, hasta que quiera regresar dentro de
siete años; o cuando Ella disponga.
La noche se nos presentó cálida de fuego y humo de
escopetas, atronadora de vivas, aromada de pétalos y sonora de salves. En la
apretura del gentío la Patrona de Almonte iba y venía, andaba y desandaba su
camino. Presentaba sus perfiles, inclinaba su blanca belleza de nácar, se mecía
sobre un mar que mide su profundidad en brazadas de los brazos que la llevan,
noche sonora, estruendosa......Y de profundo silencio en el preciso instante,
justo en el momento que coincide tu mirada con la suya. Porque cuando la Blanca
Paloma te mira ya no hay sentidos que valgan que no sean para Ella. Y a pesar
de encontrarte en mitad de una multitud, parece que estés solo la Virgen y tú. Nada
existe ya a tu alrededor. El gentío parece deshacerse como por encantamiento.
Nada se oye, solo tu interior que queda al descubierto cuando la Virgen te
mira. Solo cuando tiran de Ella y se aleja de ti, puedes recobrar los sentidos.
Ya se va perdiendo arco tras arco por un túnel de
papel picado que parece amarillear de golpe cuando la Virgen se aleja. De
espaldas, a lo lejos, en cada zigzag de los pliegues de su polisón, parece
llevarse escondidas las plegarias y los rezos. El lazo blanco de su sombrero de
copa alta es un adiós de pañuelos que quisiera atarnos a todos en su regazo de
Madre, a los que la quieren y a los que no, seguro que más a los que no.
Y qué desazón en el aire de su pueblo cuando la
Pastora vuelve a la marisma. Las agujas
góticas de la mejor catedral levantada en su honor, hasta hacía unos instantes
cálida y acogedora, parece volverse de hielo y Almonte entero se cubre de
frío. Un manto de silencio cubre al
pueblo cuando es ocultado el divino rostro de su Dueña en el Chaparral. Todo
pasó. El ritmo de los latidos del corazón almonteño, hasta ayer mismo alegre y
rítmico como los golpes de un tamboril,
desciende conforme se aleja la Virgen. La melancolía todo lo invade.
Pero poco durará. El Rocío, como cosa de Dios, de
inspiración divina, está tan bien planeado, que para que en Almonte vuelva a renacer
la ilusión se celebra la romería en apenas una semana, para que el comienzo de
una nueva cuenta atrás de siete años se inicie, de nuevo, con la Virgen del
Rocío a hombros de su pueblo, y después de ese tiempo podamos volver a escuchar
al derecho esa vieja letra de la sevillana: "Pastora que vas a Almonte yo
quiero verte la cara..."
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