Hoy renace la luz. Hoy, la luz que amanece sobre
Huelva parece purificada, como la Virgen en el templo, como si a la Pureza le
hiciera falta purificarse de nada, como si hiciese falta alumbrar a la luz.
Hoy la nueva
luz parece surgida, rosa y transparente, de la cumbre roja de un cabezo, o de
la cresta de espuma de una ola . Hoy es el día de la Candelaria.
Esta estrenada luz que va arañando minutos a la
oscuridad, que se va alargando en los días, parece de miel aterronada que
superando los últimos fríos de enero, al tibio calor del sol de febrero,
comienza a diluirse para almibarar las emociones presentidas de una nueva
Semana Santa.
Esta nueva
claridad irá esmaltando otra vez los blancos y azules en los azulejos de las
torres de San Pedro y la Concepción, bruñendo el bronce de sus campanas y
templando a fuego las cruces de las veletas.
Porque esta renacida luz, aún niña, filtrándose en
la nube de polvo gris oleoso dispuesta sobre la frente de un miércoles de
ceniza, confirmará su fe en la Luz Verdadera en la mañana luminosa de cualquier
función principal de Instituto. Vestirá de domingo las cercanas tardes de Cuaresma.
Se hará joven y atrevida, alargará las sombras de los naranjos por la calle San
José, irá dorando azahares para que a su tiempo debido nos ofrezcan su anual y
efímero pregón de aromas. Trepará, intrépida azalea, cada día un poco más alto
los muros de los templos hasta colarse por algún vitral y herir con su beso
cálido el pie de algún Cristo expuesto entre cirios y claveles.
Al poco, esta
misma luz, pero más hecha y madura, al borde casi de su cénit, forjará siete
puñales de ilusión cuando llegue el viernes de la espera, elevando un
esplendoroso cántico de vísperas. Y cuando surja la mañana espléndida y dorada de un nuevo Domingo de Ramos, rizará palmas
por un porche y atravesará disociándose en mil colores los prismas poliédricos
de las cuentas en los rosarios de una virgen, casi niña, que viene de paseo al
centro de la ciudad por una alameda de ensueños.
Trenzará con hilos de oro la soga con la que el
barrio de la Hispanidad hará cautivo a su Cautivo. Se hará luz íntima,
familiar, para colorear en sepia la vieja estampa de una cofradía en las
callejas de nuestros barrios, la misma que verá salir fugazmente la cruz gótica
que precede a un Cristo que empieza a camina hacia el Calvario. Se suspenderá del horizonte por poniente hasta
detener el atardecer malva sobre las salinas de Bacuta para ver cómo la Pasión
de una ciudad desciende hasta ella cada Martes Santo y bajará por una rampa,
espesa y rojiza, dejando en la tarde una estela como de sangre.
Bailará entre varales una danza de soles, bajo un
cielo de terciopelo azul, sobre una pleamar de terciopelo verde, en las coronas
de la Victoria y la Esperanza. Verdeará
olivares prendidos por el Carmen, palmeras por la Merced y temblará de frío al
alumbrar la hojilla de un manto por la calle Puerto; y palidecerá, por temprana,
cuando sorprenda una mañana santa de viernes, rotunda y solemne, al Señor,
Nazareno de las estrellas trayendo el alba a cuestas, teñido de aurora por la
calle Marina y con Huelva por testigo.
Y esa misma luz, la que fuera de miel, ahora es de
tinieblas, de hiel, en los perfiles curvos de una urna dorada, y se tornará luz
negra en los mantos de las Soledades.
Esta luz, cumplida ya su misión, morirá cuando
Cristo resucite. Luego renacerá otra vez.... Pero ya no será la misma, será
otra distinta, transfigurada de marismas, que alumbrará romerías, que hará
verano...
Pero esta que
nace hoy y que irá creciendo hasta alcanzar la Semana Santa, ésta, morirá hecha
una cinta de oro, dispuesta como un sudario, sobre los brazos de la cruz de
forja que hay en la puerta de un santuario, allí se postrará, donde acaba el
Conquero, donde Huelva espera alcanzar la Gloria infinita: postrada a los pies de la Virgen de la Cinta.
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